'Y ser Roma, para que todos los caminos te lleven a mí.'


Me late el corazón, deprisa. Demasiado deprisa.
Creo que es porque hace nada tenía tu respiración a menos de dos milímetros de la parte oeste de mi cuello y hoy no y que mal llevo eso.
Mis dedos siempre acarician este teclado y, sin embargo, hoy lo golpean perdiéndose en el recuerdo de lo fugaces que fuimos la otra noche.
Menos mal que no somos estrellas, que nuestra historia se construye a golpes de instantes de hoy sí, mañana no y pasado tal vez. Y qué bien llevo eso.
Que no sé cómo se hacen las cosas, nunca lo he sabido y no sé si lo llegaré a saber, pero, ¿Qué más da?
Dicen que la vida se mide en momentos que te dejan sin respiración y, querido, contigo me toca pensar en que tengo que inhalar algo de aire de vez en cuando a cada instante. Fugaz. Ya sabes. Como nosotros.
Las tardes de domingo se inventaron para que yo me inspirase de tu ausencia y, es extraño, pero qué bien lo llevo y qué mal lo llevo a la vez.

'Lo que más me gustaba de ella era lo normal que parecía.
Y lo diferente que era en realidad.'
 
  
Abrí los ojos y hacía sueño. Me giré y ella no estaba.
Olía a casa por la mañana, a café y naranjas recién exprimidas, a pan tostado a aceite de oliva y tomate rayado, un ligero toque a limpio y algo de ambientador de limón.
Entonces se abrieron las persianas y la luz del sol bañó la habitación. Adiviné su figura a contraluz.
Se acercó a la cama y me susurró un 'buenos días, dormilón', mientras me mordía el labio inferior.
¿Sabéis? Adoro ese olor a hogar de por la mañana, pero prefiero olerla a ella.
Su olor me da hambre. Huele a niña pequeña, a dulce introducción al caos, a mañana de verano, a inocencia en estado puro, a la primera sonrisa del día y a la última, a gracia natural e improvisada, huele a valor y a ganas de volar, a esas terrazas en primera línea de playa, huele a los mejores momentos de mi vida.
¿Qué esas cosas no huelen? Lo sé, pero cada vez que respiro su fragancia se me vienen todas esas sensaciones a la cabeza, así que supongo que ella huele a todo eso.
Ella huele a ganas de vivir la vida.
 

 
'Quizá no debería obligarme a no querer sentirte.'
   
 
Los cristales de mi habitación están empañados, no sabes cómo me duele asumir que es por el temporal que hay fuera y no por la tormenta que deberíamos estar haciendo aquí dentro.
Me rebañaste el alma con las migajas de lo que nunca nos has dejado ser y no sabes cómo tortura aceptarlo. Aceptar que tengo sequía en mi interior por no haber sido contigo nunca.
La columna vertebral de mi Madrid se está calando hasta los huesos y yo aquí, postrada en mi cama escribiéndote cartas de amor que jamás me atreveré a volver a leer, por miedo a lo que puedo estar escribiendo sin pensar en qué escribir.
Nunca te conté por qué desde que te conocí el otoño es mi estación favorita. Me gusta pisar las hojas. Suenan ha roto. Como nuestra historia.
Me cansé de digerir amaneceres mientras tú engullías atardeceres, me cansé de querer enfriarme y que acabaras por derretirme, me cansé de que enamorases con la guitarra y que mi corazón latiera por bulerías, me cansé de ver tu piel como un folio en blanco y a la hora de escribirte quedarme sin palabras. Me cansé de no ser, de no ser contigo, de no ser juntos.
Tú echas de menos echarme de menos, mientras tanto, yo echo de más echarte de más. Sumémonos y restémonos de una vez. De cero siempre se empieza mejor.
 

 


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